martes, 16 de julio de 2013

Semillas

Un hombre de larga edad, caminaba por las parcelas. Su rostro era serio y decrépito, se podía observar que su vida era dura por lo agrietadas que estaban sus manos. Levaba una oxidada hoz en sus manos, tan grande que semejaba una guadaña. El día era oscuro, la noche empezaba a amenazar con llamadas a la oscuridad.  El campo estaba levemente iluminado por unos farolillos que colgaban de los postes limitantes de la plantación. El cultivo era muy variopinto, debido a su compleja heterogeneidad; había plantadas calabazas, trigo, maíz, patatas, cebollas, incluso fruta. Lo más llamativo era que la tierra estaba en muy mal estado y poseía una gran mayoría de malas hierbas. 
Recientemente había comprado un terreno muy cercano al suyo y decidí visitar los alrededores para conocer a mis nuevos vecinos. Debido a que provenía de un lugar muy lejos, desconocía las características de la tierra y el clima, por lo tanto decidí pedirle consejo a aquel extraño pero veterano hombre.

-Buenas noches buen hombre, recientemente me he instalado cerca de aquí y me gustaría pedirle algunos consejos sobre la plantación...

-Mi tierra es como mi corazón, siempre esta abierta para aquel que quieres dejar en ella una semilla. Miles de pájaros y otros animales llegan a estas tierras al año; yo simplemente les permito que planten lo que quieran. Algunos dejan buenas semillas que germinan y dan lugar a buenos frutos; en cambio, algunos animales dejan su rencor, su miedo, su odio... Durante toda mi vida he cuidado de todas y cada una de las semillas que todos han plantado. De mejor o peor forma, las he cuidado y visto crecer hasta que un día su dueño vuelve y yo simplemente le devuelvo lo que  me ofreció.
A veces sus propietarios me han dejado los mejores frutos y nunca volvieron a recogerlos, sin duda, estos siempre permanecerán en mi corazón. Algunos pajaritos vuelan por el cielo cargando con un peso que no pueden llevar porque les quema el alma, simplemente dejan sus errores a mi cuidado y emprenden su vuelo; unos nunca vuelven y otros recogen ese mal que un día me cedieron. Por desgracia la gran mayoría cargaban odio, rencor y maldad. Estas semillas arrasaban mi huerto llegando hasta un límite que dejaron una mancha en éste. 
Lo triste es pensar que a veces nos aferramos tanto a lo que otros nos siembran que no nos preocupamos de sembrar nosotros mismos.
Algunos animalillos se sorprendían al ver lo que les estaba devolviendo, porque a veces simples palabras se pueden convertir en semillas del mal. ¿Por qué no plantan buenas semillas y así reciben buenos frutos? Todo reside en la maldad de las personas, en el daño que quieren hacerte. Así un corazón que siembra dolor, recibirá el doble y así podrá seguir plantando más y más. Hemos llegado al punto en el que nos reímos de las personas por sus carencias, sus miedos, su condición. 
Este interminable juego de intercambio de dolor se ha convertido en una batalla, donde el fuerte sobrevive comerciando con el mismo cuchillo que está rajando su cuello y el débil se hace fuerte porque su corazón muere. ¿Cuantos corazones han muerto por la quemadura de una semilla de fuego? 
Sin darnos cuenta intentamos crear un comercio de ira,  donde pagamos con la misma moneda. 
Intentar ir en contra de este juego me mata, me consume, me vuelve débil. Ellos me ofrecen dolor y yo devuelvo lágrimas. Nunca había pensado que podría llegar ha lograr esto. Sin duda estoy orgulloso de mí. Lo siento, pero en este cruel juego, no voy a participar.
Para obtener un buen fruto y buenas tierras, comienza quitando las malas hierbas y plantando aquello que tú puedas ofrecer, no esperes a que otro lo haga por ti.

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