jueves, 16 de julio de 2015

Un silencio triple

Cómo ya lo había leído en El Nombre del Viento, aquel silencio era triple. Quizá habría sido mejor decir que en realidad trataba de tres silencios convergentes, pero de alguna manera, él estaba seguro de que el silencio no era uno, si no tres. 
Por una parte estaba el silencio que sellaban sus labios con tal ímpetu que daba miedo interrumpirlo; no por esta razón era un silencio tenebroso, más bien era liviano, un silencio pasajero que se había colado por la ventana de alguna casa. Incomodaba un poco y a su vez acompañaba el momento. 
El segundo silencio era un poco inquietante. Era un silencio acompañado por sus miradas, un silencio inesperado y acechante. Por alguna razón él no podía dejar de sentirse intimidado por aquel silencio tan sombrío; pero no te equivoques, era tan perturbador como natural. Era el silencio típico de una noche estrellada, de un mar calmado, de una noche serena como en la que ellos se encontraban.
El tercer silencio nunca llegó a comprender de dónde procedía. Era tan misterioso como un secreto; sí, era un secreto. Era un silencio de corazón, uno de esos que se cuela en tus adentros y hace que te sientas silencioso, insignificante y enamorado. Era un silencio que acompañaba sus ojos, a la nostalgia por recordarla y su pecho; era un silencio del corazón. Ese silencio estaba aquella noche, él no sabía dónde pero su corazón sí que lo sabía, y muy bien además. 
Lo que él nunca llegó a saber es que existía un cuarto silencio. Este fue el que la hacía única. Esta fue la razón del por qué él estaba tan enamorado de ella. Esta fue la razón del por qué él pudo sentir vació su corazón, después de haber estado tanto tiempo sin ella y los tres silencios. Él amaba el silencio de ella y a ella le gustaba hacer mucho ruido; demasiado para el silencio.